miércoles

HISTORIA DEL TEATRO DE LA ZARZUELA


 Tras la Revolución de 1868 y el asesinato de Juan Prim en 1870, la incertidumbre política y la crisis económica vació los teatros madrileños. Las penurias económicas que los españoles padecían redujo la asistencia de público y el estreno de zarzuelas, haciendo aparición un nuevo fenómeno: el teatro por horas.
Implantado en 1866 en Madrid por el actor y tipógrafo José Valles, en un modestísimo teatro de la Calle Flor Baja llamado El Recreo, el teatro por horas presentaba funciones muy cortas, de un sólo acto, y exclusivamente dramáticas, esto es, sin música, al estilo del sainete que tanto éxito había cosechado en el siglo anterior.

Estas pequeñas obras, de menos de una hora, recreaban estampas populares sencillas, con tratamiento cómico, y se representaban en cuatro sesiones diferentes a lo largo de la tarde: 20:30, 21:30, 22:30 y 23:30. Por ese motivo se le denominó "teatro por horas”, porque ofrecía al espectador escoger, como en el cine de hoy, la sesión a la que más le convenía asistir.

La corta duración de las obras abarataba el coste de las localidades a un real, un precio asequible que atrajo a las salas a quienes no podían permitirse las costosas representaciones de la gran zarzuela, que cobraban una media de catorce reales por espectáculos de cuatro horas.

Las clases humildes abrazaron este nuevo formato teatral y las recaudaciones aumentaron espectacularmente, así como la producción de obras de este tipo, que ganaron una enorme popularidad en el Madrid de la época, trasladándose sus representaciones al hoy desaparecido Teatro Variedades, situado en la Calle Magdalena.

NACE EL GÉNERO CHICO

Hacia 1880, el público madrileño ya se había cansado del teatro por horas, que entró en crisis. Se pensó entonces en que, añadiéndoles música, estas obras podrían atraer de nuevo al público.

Surgió así una nueva generación de compositores dispuestos a musicar estas pequeñas historias y un elenco de libretistas seducidos por la oportunidad de estrenar ante un público ávido de consumirlas.

Este nuevo experimento se presentó al público el 25 de mayo de 1880 con el estreno de la obra La canción de la Lola, con libreto de Ricardo de Vega y música de Federico Chueca y Joaquín Valverde, en el antiguo Teatro Alhambra de la Calle Libertad, en Madrid. Tal fue su éxito que la obra se representó durante tres años consecutivos.

Testigos del triunfo de este nuevo formato, numerosos compositores de zarzuelas se acomodaron a este nuevo estilo, creando obras mucho más cortas y dando lugar al “género chico”, denominado así, en contra del mito tan extendido, no por resultar un teatro de menor calidad sino por ser más breve.

NUEVO FORMATO
Para poder cubrir el tiempo de un espectáculo “grande” se representaban dos o tres “zarzuelas chicas”. Cada una de ellas constaba de un solo acto, que comenzaba con una introducción orquestal acompañada de un número coral tras el que se desarrollaba la trama, que incluía cuatro, cinco o seis números musicales.

Respecto a la música, era pegadiza y tarareable, hecha para servir al texto, interpretado por cantantes con más dotes cómicas que virtuosismo vocal.

Sus melodías iban desde lo bailable gracioso hasta lo sentimental y amoroso, y siempre estaban basadas en el folklore español: boleros, jotas, tiranas, seguidillas, soleás, pasacalles, cachuchas, polos, fandangos, habaneras, valses, mazurcas, polkas y, por supuesto, el chotis, que en esta época comenzaba a convertirse en icono musical de Madrid.

Pero sin duda, una de las principales diferencias entre la “zarzuela grande” y el “género chico” fue el argumento. Mientras la zarzuela grande se basaba en temas dramáticos o cómicos de acción complicada, el “género chico” desarrollaba tramas costumbristas, reflejando la vida cotidiana madrileña.

EL BARRIO MADRILEÑO, UN PROTAGONISTA MÁS
Y es que el “género chico” es un fenómeno muy típico del Madrid del último cuarto del siglo XIX. El resto de regiones españolas, cuando aparecían en estas obras, lo hacían vistas desde la óptica capitalina… de hecho, se podría decir que el verdadero protagonista principal y casi omnipresente en el género chico es el “barrio madrileño”.

Los espectadores acudían a las representaciones de género chico a “revivirse” a si mismos, esto es, a ver cómo se recreaban los lugares en que vivían o por los que pasaban a diario personajes que eran como ellos o como sus vecinos. Todo ello ambientado en sucesos cotidianos en los que el pueblo solía participar, como fiestas populares, verbenas o acontecimientos de actualidad social o política que cada día podían leerse en los periódicos o comentarse en los mentideros.

EL CASTICISMO COMO ACTITUD
La fuerte caracterización musical de los personajes de estas obras “chicas” rozaba la caricatura. Elemento primordial de esos tipos populares era su habla, construida a base de coloquialismos y vulgarismos, una jerga que contrastaba abiertamente con la pulcritud y el abuso de los cultismos propio de los textos operísticos y que años más tarde Carlos Arniches sabría destilar, dando lugar a la icónica e inimitable habla castiza madrileña que hoy todos conocemos.

UNA TRAMA POPULAR
Los protagonistas de los argumentos del “género chico” eran, esencialmente, gentes humildes de buen corazón, cuyas disputas solían ser consecuencia de un mundo donde se sucedían los cambios vertiginosos a causa de un desarrollo industrial que deshumanizaba sus comunidades. En cualquier caso, las tramas siempre acababan en un alegre final en el que los personajes recuperaban la “sensatez” de valorar lo humano por encima del progreso.

Así, por los escenarios de estas obras solían desfilar holgazanes achulados, de arranque agresivo pero de alma sensible… hermosas jovenzuelas de armas tomar, pero a la postre recatadas y decentes… serenos, guardias municipales, torerillos, criadas, verduleras, aguadores, vecindonas, barquilleros, labradores, etc.

El “atrezzo” que acompañaba a estos personajes no escatimaba en aperos de labranza, abanicos, botijos, mantillas y mantones (a ser posible de Manila), sombrillas, organillos, aguardiente, corralas y coches de punto.

Un mundo teatral al fin y al cabo, basado en la realidad de aquel Madrid alborotador y revolucionario del último tercio del siglo XIX, pero también construido a base de estereotipos. Esta fue, en definitiva, la base del verdadero éxito de la zarzuela de género chico: la búsqueda de la nostalgia y la evocación de un mundo ideal y plácido que en la realidad de aquel Madrid ya no se daba.

FEDERICO CHUECA Y EL ÉXITO DEL GÉNERO CHICO
Nunca en la historia de nuestro país un tipo de espectáculo escénico fue tan prolífico y vigoroso durante tanto tiempo, ni supo concitar la aprobación de capas tan diversas de la sociedad: desde la alta burguesía hasta los sectores más humildes, pasando por comerciantes y trabajadores de la industria en las ciudades y alcanzando incluso reconocimiento en los ámbitos rurales.

Además del género musical que mejor la identificaba, Madrid había encontrado a su músico castizo por excelencia, Federico Chueca, muy diferente de Barbieri, cuyo folclore se revestía aún de cierta influencia italiana.

Don Federico pronto gozó de una extraordinaria popularidad gracias a sus sencillas y alegres melodías, inspiradas en el ambiente callejero madrileño, que rápidamente se extendieron por todos los barrios de la capital a través de los organilleros y los cafés cantantes.

Sus canciones y diálogos eran conocidos por quienes incluso nunca habían pisado un teatro o aquellos que no tenían la oportunidad de presenciar una de sus funciones por vivir lejos o carecer del dinero que valía acudir a alguna de sus representaciones.

UN TEATRO A LA ALTURA
El público de Madrid ya contaba con su género y su músico representativos… tan sólo le restaba encontrar el espacio en el que pudieran encontrarse, y ese sería el Teatro Apolo.

La historia volvía a repetirse: si el Teatro de la Zarzuela había nacido como alternativa al Real para dar cabida a la música en español, el Apolo surgía ahora para programar las obras que componían el “género chico”.

Ubicado en el número 45 de la Calle de Alcalá, y hoy también desaparecido, el Apolo acogió el estreno de obras emblemáticas como Cádiz (1886), de Chueca y Valverde; El dúo de La Africana (1893) de Fernández Caballero; La Revoltosa (1897), de Fernández Shaw y Ruperto Chapí; y Agua, azucarillos y aguardiente (1897), de Ramos Carrión y Federico Chueca.

EL SAINETE Y LA REVISTA
Si bien fueron miles las obras que dieron forma a esta multitudinaria y exitosa fórmula a lo largo de sus más de veinte años de vida, reservamos las dos más emblemáticas para explicar los subgéneros en que se dividió este “género chico” de la zarzuela:

El sainete lírico: un término que recoge el viejo nombre de la pieza homónima dieciochesca, con estructura similar en un acto, de acción contemporánea, ambientado en hábitats obreros o artesanos, con escasa trama y final feliz.

El ejemplo más claro es La verbena de la Paloma, con libreto de Ricardo de la Vega y música de Tomás Bretón, estrenada el 17 de febrero de 1894 en el Teatro Apolo.

La revista: una pieza de un acto, compuesta de escenas yuxtapuestas, sin apenas enlace argumental, unidas con un tenue pretexto dramatúrgico que sirve para “pasar revista” a algún asunto de la actualidad social, política, cultural, etc.

En ella solían salir a relucir políticos, marcas de productos comerciales, alusiones al naciente cine, los problemas municipales, la subida de los precios, las modas en el vestir y en las costumbres, etc.

El ejemplo más claro es La Gran Vía, con libreto de Felipe Pérez y González y música de Federico Chueca y Joaquín Valverde. Estrenada en el verano de 1886 en el Teatro Felipe, de allí pasó al Teatro Apolo en el que permaneció en cartel, día tras día, durante cuatro años consecutivos.

EL DECLIVE DEL GÉNERO CHICO
A pesar de que la aristocracia madrileña, amante de la ópera, criticaba lo poco exigente de los libretos y la vulgaridad de las zarzuelas, con los que consideraban se desacreditaba al país entero y se alimentaban los prejuicios de los foráneos respecto a lo español, lo cierto es que la práctica totalidad de la sociedad aplaudió satisfecha producciones menos exigentes que las operísticas, con una música cuajada de aires que ya formaban un canon melódico nacional.

Tristemente, el primer decenio del siglo XX resultó fatal para el “género chico”: en 1907, fallecía Manuel Fernández Caballero; en 1909, con tres meses de separación, Chapí y Chueca; y en 1910, Joaquín Valverde, inseparable colaborador de este último.

Junto a sus autores, aquellas melodías popularizadas, silbadas y canturreadas por todo el mundo en las calles de la capital, cayeron en el olvido.

UNA “EDAD DE PLATA” EFÍMERA
Aunque la enorme popularidad del “género chico” se difuminó con el nuevo siglo, los carteles de los teatros madrileños, al renovar su repertorio, intentaron resucitar las grandes zarzuelas del siglo pasado, estrenando nuevas y destacadas obras como Bohemios (1920) y Doña Francisquita (1923), de Amadeo Vives, o Luisa Fernanda, de Federico Moreno Torroba (1932), dando lugar a la denominada “Edad de Plata de la Zarzuela”.

Aunque la Guerra Civil y la posterior posguerra no supusieron un freno para la zarzuela, a partir de 1950 este género sólo pudo sobrevivir en nuestro país a través de la discografía, mediante la producción de una serie de grabaciones, la mayoría de ellas gracias a la labor del director de orquesta y pianista Ataúlfo Argenta.

Gracias a su labor de recuperación y difusión de la zarzuela, muchos de los grandes cantantes líricos españoles, estrellas indiscutibles de la ópera, comenzaron su carrera en la zarzuela o han vuelto una y otra vez al género. Lejos de menospreciarla Alfredo Kraus, Montserrat Caballé, Teresa Berganza, Plácido Domingo o Ainhoa Arteta, entre otros, nos han regalado algunas de las interpretaciones más hermosas de la historia de nuestra música lírica...

No hay comentarios:

Publicar un comentario